Cada ciudad respira distinto. Algunas lo hacen entre parques y árboles; otras, apenas entre el ruido y el cemento. En Lima, los espacios verdes urbanos apenas alcanzan un metro cuadrado por habitante, según un estudio del Banco Interamericano de Desarrollo. No es solo un dato, sino también una señal de alerta. Cuando una ciudad pierde contacto con la naturaleza, también pierde parte de su bienestar.
Precisamente, el urbanismo es mucho más que construir calles o parques, es pensar cómo queremos vivir juntos. Se trata de planificar sí, pero también de cuidar, de imaginar una ciudad en la que todos podamos respirar, movernos y encontrarnos.
Durante mucho tiempo se creyó que el urbanismo era un asunto técnico, reservado a planos y especialistas. Sin embargo, también ocurre a pequeña escala, cuando decidimos cómo convivir con lo que nos rodea. A veces pedimos más parques o áreas verdes, aunque al construir nuestras casas no dejamos espacio para un árbol, una jardinera o una sombra. Ganamos terreno sí; a cambio, perdemos aire. El urbanismo también se juega ahí, en esa frontera mínima entre lo privado y lo público, donde elegimos si la ciudad termina en nuestro muro o si la dejamos entrar.
Cuidar la vereda, sembrar un árbol o respetar un espacio libre puede parecer insignificante, aunque en realidad son gestos que suman ciudad. Esos actos cotidianos, repetidos miles de veces, crean entornos más amables y humanos. Porque la ciudad no solo se construye, se cultiva.
El desafío está en cambiar la mirada, en no esperar que el Estado haga todo ni pensar que la calidad del entorno es ajena a nosotros. El urbanismo también es responsabilidad compartida. Cada decisión, por pequeña que sea –una maceta, un retiro verde, un árbol frente a casa–, puede ser un acto de reconciliación con la ciudad que habitamos.
Pensar el urbanismo con sentido humano es entender que los espacios públicos no son solo infraestructura, sino también parte de nuestra salud emocional y social. En ellos descansamos, nos encontramos, respiramos. Por eso, el mejor homenaje al Día del Urbanismo no está en una gran obra, sino en un gesto sencillo que mejore la vida común.
La ciudad que queremos no se impone, se inspira. Y empieza ahí, justo en la puerta de casa, cuando decidimos cuidar el lugar que compartimos.










